Sentir más o menos miedo depende de dos factores determinantes: el primero es el temperamento y el segundo son nuestras experiencias o traumas personales, los cuales nos dejan más sensibles ante determinados eventos, por ejemplo: si los perros nos han mordido una o varias veces, es normal que les tengamos más miedo.
El temperamento es el conjunto de reacciones fisiológicas con las que se manifiesta nuestro organismo ante los estímulos físicos o emocionales; por ejemplo: Cuando lloramos de gusto, de miedo o de tristeza, el llanto depende de nuestro temperamento, es por ello que algunas personas lloran con más facilidad que otras; es decir, no todos los organismos reaccionan del mismo modo; algunas personas son más violentas que otras ante el enojo, llegando incluso a ser peligrosas porque pueden llegar al homicidio en un momento de ofuscación o enojo.
Todos los humanos nacemos con un temperamento definido, el cual nos puede volver artistas o dificultarnos la existencia; el temperamento no lo podemos cambiar, sólo educar. Al temperamento educado se le denomina carácter; éste se empieza a forjar en la infancia y determina nuestro grado de madurez; es decir, entre más logre un individuo controlar su temperamento mayor madurez y carácter tendrá.
Bajo esta tónica entendemos que el valiente no es aquel que no siente miedo, sino el que lo puede controlar y reacciona haciendo uso de la razón ante situaciones adversas.
La falta de miedo es una deficiencia; el no poder controlarlo es una falta de carácter.
El ser humano se ha caracterizado por controlar el miedo y avanzar hacia lo desconocido. Esta virtud, entre otras, ha permitido la evolución de la civilización. Sin embargo, el papel del miedo sigue siendo fundamental para garantizar la sobrevivencia de la especie humana; si dejáramos de sentir miedo nos volveríamos irresponsables e imprudentes y terminaríamos por exterminarnos.
Algunas especies de animales tienen muy desarrollado su instinto de supervivencia; empiezan a sentir miedo mucho antes que los humanos, llegando incluso a manifestarlo antes de que ocurra un sismo, huracán o inundación. Un viejo dicho dice que “cuando las ratas empiezan a abandonar el barco es porque éste se va hundir”; asimismo, se ha comprobado que el comportamiento de aves, serpientes, caninos y otras especies, se altera visiblemente antes de un sismo o huracán. En países de oriente se han hecho estudios para poder prevenir desastres, estudiando este tipo de comportamiento animal.
El miedo es una reacción normal ante lo desconocido, por lo que la única forma de aprender a controlarlo es mediante el conocimiento. El conocimiento y, la cultura son fundamentales para la educación del temperamento y en consecuencia, la formación del carácter. Este proceso educativo comienza en la familia y se desarrolla con la experiencia y el aprendizaje.Es por eso que nuestros padres y maestros tuvieron un papel determinante en la formación de nuestro carácter y nosotros, a su vez, tendremos un papel determinante en la formación del de nuestros hijos.
En nuestro actual contexto, los peligros están a la orden del día y es sólo con el conocimiento como sabremos qué hacer para sobrevivir. La ignorancia y la falta de carácter suelen agravar las situaciones adversas; las manifestaciones de pánico y las reacciones inconscientes se tornan dañinas y empeoran en gran parte la situación. De hecho, el encadenamiento de calamidades en un desastre se da principalmente por este tipo de reacciones.
Nuestro miedo y preocupaciones se incrementan cuando nuestra familia se encuentra dispersa y no sabemos dónde o cómo se encuentran en los momentos en que se manifiestan algunos fenómenos naturales como los sismos, los huracanes o las inundaciones. El estrés se generaliza y surgen preguntas como éstas; ¿Sabrá mi esposa qué hacer? ¿Se asustarán mucho mis hijos? ¿Y si se cae la casa, dónde nos veremos?. Desgraciadamente, nuestros familiares se hacen preguntas similares y sienten igual o más miedo que nosotros.
Si el conocimiento es el antídoto contra el miedo, entonces ¿por qué no preocuparnos por saber qué hacer, antes, durante y después de un fenómeno natural? ¿Por qué no establecer un “Plan Familiar de Protección Civil”?
Desgraciadamente, estamos esperando que otros se preocupen por nosotros y por nuestros familiares, sin detenernos a pensar que si a alguien le debe importar nuestra vida y la de nuestra familia debe ser a nosotros mismos.
Nuestra obligación como padres de familia, y como adultos, es formarnos un carácter ejemplar y ayudar a nuestros hijos a educar su temperamento. Las próximas generaciones no deben actuar precipitadamente al salir a las calles corriendo, aplastando y empujando a todo aquel que se le ponga enfrente ante cualquier peligro, porque entonces sí provocarán un desastre.
Nuestro planeta sigue en constante evolución, adaptación y cambio. La sociedad enfrenta retos nunca antes vistos, no existen registros que nos dejen ver que alguna vez hayan existido tantos seres humanos vivos al mismo tiempo, por lo que enfrentamos nuevos problemas nunca antes vividos en tales magnitudes.
Esto último nos lleva a reflexionar en algunos aspectos fundamentales; sin duda, seguirá temblando, tal vez igual o más fuerte que hasta ahora; los huracanes seguirán existiendo y muy posiblemente no los hemos visto tan grandes como pueden llegar a ser. El sobrecalentamiento del planeta está provocando un reacomodo pluvial que produce inundaciones en lugares antes secos y sequías en lugares antes húmedos. Los problemas sociales son cada vez más intensos por nuestra tendencia a concentrarnos en las grandes urbes, etc. Por lo que ha llegado el momento de asumir nuestra realidad y efectuar un cambio, ya que sólo así lograremos adaptarnos.
Debemos estar seguros que hace falta mucho más que todo lo anterior para acabar con la especie humana; siempre habrá alguien que sepa como actuar antes, durante y después de un fenómeno natural para evitar que se convierta en un desastre y nosotros debemos estar entre ellos.
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